Sobre mí;

El primer alimento de mi vida fue la leche materna, mi madre confiesa que devoraba con ansia su teta.

En todas las reuniones familiares siempre cuentan anécdotas graciosas sobre esa etapa, me encantaba comer y siempre mostraba curiosidad por probar todo lo que comían los mayores.

Con 3 años mi madre me pilló hablándole al televisor, mientras emitían un programa de Karlos Arguiñano, le insistía en que me diese un poco del plato que estaba preparando, todo un personaje…

Cuando mi padre me recogía del cole en su furgoneta, siempre le pedía mi “sorpresa” y él se reía mientras sacaba del cajón de atrás algo de comer: una empanadilla, un chusco de pan, etc. Me decía que era un secreto entre los dos porque mi madre prefería que comiese en casa.

Un día decidí empezar a investigar en la cocina, cogí de la biblioteca del instituto un libro de cocina y una tarde mientras mi madre dormía decidí hacerle una tarta… pobre cocina, aún recuerdo a mi madre limpiando el techo…

Para mí, y creo que para todos, la comida siempre ha estado presente en momentos importantes, ya sea bueno o malo. 

En la escuela de primaria sufrí la triste realidad del momento: el físico y cumplir con el estereotipo de “niño” o “niña” que marcaba esa época era determinante para mantener relaciones sociales.
Yo era un niño gordo al que no le gustaban las cosas de «chico», imaginad el panorama… y obviamente me sentía culpable por ello…
El amor y cariño que recibía en casa no suplía lo mal que lo pasaba en el colegio, nunca hice partícipe a mis padres, pero ellos no eran tontos… 

Con 14 años les pedí a mis padres ayuda para perder peso y ellos decidieron llevarme a una dietista-nutricionista para mejorar mis hábitos alimenticios, ella me mandó una pauta algo restrictiva, sin prestar mucha atención a mi grado de educación nutricional ni al hambre emocional que sufría debido a mi situación en la escuela; eran otros tiempos… 

Yo pensaba que adelgazando todos los problemas se iban a solucionar, desde ese momento comer se convirtió en algo matemático y restrictivo.

En los recreos, veía a mis compañeros comer cosas “divertidas”, mientras yo tomaba fruta sin saber por qué y sin conocer los beneficios de hacerlo ni posibles alternativas, pero como yo quería adelgazar hacía de tripas corazón y aguantaba el impulso de comprarme alguna bolsa de patatas o chocolatina en la cafetería del instituto. 

Perdí mucho peso, casi 15 kilos, podía comprarme ropa en Zara, correr en educación física sin asfixiarme, etc. Era “muy feliz” e incluso empecé a tener más “amigos” y vida social.

Durante muchos años adelgazar fue mi estrategia para sentirme mejor. 

Hace poco decidí abrir este gran “melón”, pedí ayuda y gracias a mi psicóloga, Laura, conseguí conocer el porqué de muchas cosas, sané mis traumas y aprendí a quererme más, tras mucho trabajo, reconocí que fui víctima de acoso escolar y gracias a la terapia psicológica he conseguido curar esta y más heridas, traumas que durante años me han torturado, culpabilizado e influido en mis relaciones sociales y personales.

Un día, al salir de la consulta de aquella nutricionista, le dije a mi madre: “de mayor yo quiero ayudar a la gente a perder peso”. Ahora lo formularía muy distinto… pero el sentimiento es el mismo. Muchos años después “ayudo a personas a mejorar su salud disfrutando de la comida, desde el respeto, la evidencia científica y el sentido común.”